Con tanto afanador
la fiesta fue cerrando cada vez más sus puertas
y a fines del siglo, el patio se llenó de tipos de mala catadura,
con anteojos oscuros, gerentes bacanes
putas de zorros plateados o forradas en cuero,
mientras proliferó una casta de guarda – espaldas
peligrosamente matonescos, a quienes solíamos ver día a día
al volante de monstruosas camionetas (4x4)
aunque nunca supimos qué mierda querían decirnos con eso,
y sólo entendíamos lo exagerado y violento de esa ostentación.
Santiago ciertamente no era ya una fiesta
y más tenia de afasia o anorexia,
cualquier enfermedad crónica
agravada por los vicios
que generaron su obesidad mórbida.
Paraísos artificiales, paraísos fiscales y tributarios
donde invertir sucios y ensangrentados millones,
paraísos artificiales donde fabricar falsas fiestas populares
vía carreteras y trenes subterráneos,
con los que mantenernos pobres y contentos.
Migajas, al fin, de la “vía rápida”
para el mal sueño de los hijos bastardos de una modernidad parasitaria y profitadora de su clase obrera
de su juventud
y un incierto futuro.
En alguna parte se pueden oír aún
las risas de los bailes de otras primaveras
pero lejos
muy lejos de aquí.
Alberto Moreno, poeta y antropólogo.
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