(Canto de la gente quemada)
Anoche soñé como sueñan mis amigos en Guatemala
y desperté como una vaca mirando de reojo el hierro candente
y no supe si existía un verbo para ese acto
y el castellano me dolió en las espaladas como un hijito muerto
y pensé que la ausencia de un verbo es una forma de impunidad.
Salí de mi casa sin tomar desayuno y la dejé quemándose,
quería que cuando volviera estuviese calentita
y no tuviera que odiarla
porque duele mucho odiar a la madre o al país,
ustedes lo saben bien,
ustedes han vivido conmigo.
Como volví muy tarde a casa, ya no tenía casa,
entonces me fui a bailar a las casas públicas que todavía sienten vergüenza de cobrar,
pero no bailé
porque bailo mal y me da vergüenza,
así que me quedé fascinado con los vasos plásticos rellenos de líquidos duros.
El amanecer me partió en dos,
creí que era como el Cristo
y por creerlo los curas me echaron parafina
y yo les grité que yo no era una casa
que yo no era un país
y los monseñores burlándose me dijeron:
cómo que no pendejo conchetumare!
Y vinieron mis amigos a ayudarme,
traían el verbo en la puntas de sus lenguas,
pero también empezaron a quemarlos
hasta que sus madres ya no pudieron reconocerlos.
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