viernes, 23 de julio de 2010

HOY NO PODEMOS CALLAR

Duermen ahí en la arena,
los juntó la vida a lo largo
de esos años de entonces
por un río de sangre
y estragos.

Unas cruces polvorientas
en mitad del desierto,
de alcurnia el pensamiento
de evocación plebeya.

Calcárea soledad,
egoísta de verdades,
restañe el tiempo el dolor
de los gritos apagados,
únicos testigo fugaces,
en la extensión soleada
en la bruma eventual
y hoy el reloj marca la misma hora.

Sus lamentos de auxilio
no se escucharon jamás,
desde allí se prolongan,
hasta sus casas, en las ciudades,
en las banderas revolcadas,
en las salidas de mar,

duermen, duermen
en el norte,
en la complicidad
en el sur
bajo los puentes,

bajo el alero de estrellas,
duermen, duermen,

en el mar atónito
duermen,
mirando la luna,
se levantan con sus sombras
mútiladas, que se extienden,
con el corbo en sus mollejas
sus vientres maltratados,


y hay mentes baldías,
palabras que son olas que llegan a la orilla,
envuelven el vacío
o se quedan en lo profundo del mar.

Pero,
hoy salimos con nuestras alzadas manos,
el corazón
latiendo en la garganta,

y la lágrima,

en sus rostros detenidos,
el gesto impotente,

esperando al tribuno insolente,
soberbio diga la razón,
¿que los hizo detener su sueño

quién tuteló sus sienes libertarias?
sin tiempo,

y hoy dejan en libertad
al miserable asesino.

Los ojos cruzan el espacio
y se devuelven las miradas,
los cuerpos uno sobre otro en la cárcava,

tan cerca como hermanos,

pisoteados, escupidos.

Sopla el viento a través de esas manos
que escarban desde el silencio inhumado
desempolvando el hondón disecado
de sus labios

y hoy escuchamos un eco momicado

de su voz,

¡hoy hermanos

no podemos callar!

(Ana Rosa Bustamante)

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