desayunaba,
luego, cruzaba a cien kilómetros
la gran ciudad
mirando en cada luz roja el retrovisor
y las ventanas laterales del auto.
No le quedaban ni las ganas de pensar.
Otros lo hacían por él.
A veces iba con su esposa y sus niños al parque
un día sábado o un domingo.
Y el resto de la semana
bajaba por una escalera a un sótano
medio oscuro del centro de la capital.
Había allí una pareja.
Un hombre colgado de los pies. Desnudo.
Y una mujer que lloraba
después de ser violada por unos cazadores
de liebres y zorros.
(Emilio Guaquin, poeta y escultor wiyiche de Chilwe wapi - isla Chiloé)
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