Una flor que abre en medio de la carne,
o carne que huele a sangre de madre
escurriéndose por los labios de mis hijos
con la ternura achicharrada.
Nos besamos en este réquiem absoluto de lágrimas y cenizas,
obedientes, masticando la piel de nuestros muertos,
suplicando que la memoria se estanque o habitar en ella para siempre
sin balas en los ojos o ratas en la lengua,
temblando en una esquina de la patria como los niños que no fuimos,
los hijos no reconocidos de Dios,
los muertos que sepultó el olvido.
* Del latín miser: miserable, cordis: corazón.
(Amanda Durán)
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