martes, 27 de julio de 2010

A mi padre fotógrafo.

Él hacía imágenes con la luz

moldeaba paisajes, retratos y lugares

hacía juegos de sombras y contrastes

en papel plasmaba la eternidad de un momento

vislumbrado por su retina previamente.

En la profundidad de una ciudad sitiada se encontraba

capturando instantes de luz lo detuvieron

los nervios, las manos temblando, la caída:

sin querer la cámara en el suelo y el rollo velado

como si él no supiera que demasiada luz en la película podía resultar perjudicial.

Pero ellos que sabían de luz

pensaron que había botado la cámara adrede

un espía

si, un espía marxista gusano aplastado terrorista

y lo tiraron al suelo

lo llevaron en un camión amarrado a quizás donde

con los ojos vendados

claro oscuro en su mirada

y la luz se colaba por los poros del género

no quería creer que la oscuridad sería su única compañera

por quizás cuanto tiempo.

Llegado al cuartel empezaron las preguntas

jugaron a la ruleta rusa en su cabeza

jamás vio la luz del día

en su celda caverna olor a moho y gritos en las paredes contiguas

tallarines fríos con cuchara fue su único alimento

(un tenedor podría ser un arma improvisada)

Cegado de luz hubiese sobrevivido

la desnudez de su cuerpo delgado

por los barrotes no cabía y cuanto lo deseaba.

Perdió la noción del tiempo y creyó todo una ilusión

incomunicado el único lenguaje eran sus recuerdos

la sonrisa de su hijo de dos años
los ojos verdes de su mujer

¿alguna vez existieron?

Semanas después se despertó en un sitio eriazo

jamás le devolvieron su cámara.



(Cristina Lafoy)


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